Carta para Eva del pasado

Esto va para vos, Eva, en cada etapa del camino donde has sentido miedo, frustración, ansiedad, depresión. Donde has sentido que no “soy lo que debería ser” en cuerpo ni en mente. Para la Eva que no se siente cómoda en su piel, que busca la reafirmación, que se disocia de la realidad para no sentir el dolor, a la Eva que busca sobrevivir de las formas en que encuentra.  

Es difícil tener claridad a quién escribirle, porque sé que he sido muchas, y que de alguna forma, todas se abrazan dentro de mí en mi fuerza y vulnerabilidad; en lo imparable y desgarrador de mi ser. 

Querida Eva, tu dolor es válido. Tu sensación de vacío, de desgaste emocional y físico, tu deseo de encerrarte en el recuerdo cálido de otros momentos vividos. No quisiera decirte que todo va a estar bien, porque la vida (y los años que vienen para vos) van a estar llenos de momentos confusos, dolorosos e injustos. Lo que quiero decirte es que vos no estás condenada a ser víctima de tu historia, a sufrir como protagonista de telenovela las mil y un tragedias que trae el patriarcado. 

Estás construyendo una mujer poderosa. No sintás vergüenza ni miedo de ser sensible, es una de tus mayores fuerzas, y ese amor sincero hacia los demás, es de tus mayores virtudes. De lo que te hace ser Eva, sentir todo tan real y sincero. Por eso también las emociones se expresan en vos de manera tan intensa. 

Quiero decirte que todas las etapas por las que vas a pasar te van a enseñar algo sobre vos y sobre el mundo. Y aunque muchas veces duela tanto, te van a forjar un caparazón para proteger tu corazón. Irás aprendiendo que no todas las personas merecen lo mejor de vos: ni tu atención ni tu amor.  

Aprenderás a ponerte a vos misma como prioridad, aunque muchas veces no sepás nombrarlo de esa manera. Tomarás decisiones que, sin saberlo, te llevarán a personas, experiencias y versiones de vos misma que ni te podés imaginar. Y todas forman parte de nuestro camino a la libertad.

Esta Eva que te escribe, también tiene muchos miedos, y se exige mucho a sí misma, pasando  muchas veces por alto el reconocimiento hacia la valentía que ha tomado irse de lugares donde no había respeto, ni reciprocidad, ni condiciones dignas para vivir. 

Con el tiempo vas a aprender a abrazar la ansiedad y no a reprimirla, a entender que nació del intento de tu cuerpo por tener un mecanismo de defensa ante el vaivén de la vida. 

Y como no hay un destino final, si no un constante caminar, aún hay muchas cosas que estamos descifrando. Aún estamos aprendiendo a escucharnos, a validar la rabia y el dolor, a reinventar las estrategias de supervivencia cotidiana, en este mundo que nos golpea la esperanza.

Pero te quiero decir, para que te sintás orgullosa, que el proyecto no ha cambiado: llegar a nuestra emancipación.

Doler

De esas noches en que no concilio el sueño, porque me pica la lucidez de las palabras. 

En este caminar serpenteado y cambiante, aprendo que la vida es un duelo. Estar viva significa reedificar constantemente la memoria del cuerpo: aquellos abrazos y desencuentros que forman el ser anhelante y doliente que albergo.

Este viaje por el dolor se siente como pérdida y nacimiento. Ahora entiendo que no es posible estancarse, porque el amor y la furia son aletas contramarea. Porque soy movimiento.

Vivir es el arte de perderse dentro de una misma para retomar perspectiva. Alejarse del ruido del mundo y arrullarse la piel, hasta que la voz encuentre el camino llano para salir; Firme, desquebrajada, enfurecida. Como quiera venir.

En realidad, encontrarme a mí misma no es un destino final. Me voy encontrado mientras transito el dolor, en dirección hacia condiciones más dignas de ser vividas.

Vivir es doler.

Así recomienza

Tengo una presión en el pecho la mayoría del tiempo. Siento que, por más que respire hondo, la sensación no se termina por desvanecer. En el fondo reconozco que es por la rabia y los duelos que aún cargo conmigo. Es difícil dejar todo ir, quizá hasta un poco imposible. Es más un proceso que un resultado final.

Hoy siento que abrí un canal donde puedo respirar más fuerte y consciente. Como un ser social y migrante que soy, al igual que cada vida humana y más que humana, necesito la presencia, co-habitar los espacios, los sentimientos y las personas, tal y como escuché decir a Segato.  

Pero me siento des-personificada, como si progresivamente fuera desterrada de mi cuerpo y vagara en el vacío. Me he sentido desesperanzada y automática, como una máquina que solo piensa en producir, apagarse y volver a iniciar. 

Sé que no se trata de una responsabilidad individual, como a la ideología neoliberal le gusta plantear. Sé que las estructuras opresoras condicionan nuestra vida y nuestra salud mental. Y sé que entre esas dolencias, también soy una mujer privilegiada.

Entiendo que, además, las medidas de seguridad y prevención en torno a la pandemia nunca fueron construidas desde un principio para todas, sino para quienes desde antes ya se regocijaban en el privilegio de un espacio para habitar. 

Así las cosas, bajo un contexto mundial que no puedo negar en cómo me atraviesa, me siento alejada de mí, de lo que me ha movido para emprender luchas y honrar el “Siempre Viva” que tengo tatuado en el pecho. 

Entonces cuando digo que siento más aire circulándome por dentro, es porque hoy escupí estos miedos, asfixiada. Porque no se puede tratar lo que no se ha nombrado.

Es difícil el comienzo, más bien, el recomienzo. Pero defiendo lo que siento y lo que soy. Porque importa, porque no sufro por problemas individuales, sino por realidades que nos resuenan a muchas desde la voz y la piel. 

Lo que necesito es verbalizar para no arrastrar culpabilidades que no me corresponden. Quiero recorrer hasta encontrarme, sentirme entre el viento y el abrazo. Deseo reconectar, escribir, construir. Quiero ser amada desde la libertad, y que los vínculos sean puentes, no cargas. Así me quiero, así reivindico mi existencia. 

 Anhelo andar por la vida ligera, que las emociones y los vínculos me transiten sin atarme el cuerpo. Hoy volví a sentir la fuerza imparable y la mirada lúcida cuando caminé entre las calles. Porque así soy fuerza, también en la vulnerabilidad. 

La Fugitiva

Soy esa llama incontrolable

que no tiene miedo de propagarse.

Un complejo moviéndose por vida y por luto.

Estoy acostumbrada a decir adiós

cuando la piel sigue latente y deseosa,

 con los versos no pronunciados punzando en la garganta.

He aprendido a irme

cuando ya no hay condiciones para querer,

 a pesar de que el patriarcado prefiera que me quede y prolongue mi dolor.

Soy esta mujer sentipensante que no teme cerrar ciclos,

movida por la fuerza de las antepasadas que no quieren verme sufrir más,

y que esta batalla la podamos ganar.

Persisto en mi soledad

Porque los procesos de sanación

los lleva una adentro.

Soy quien ya no teme botar todo y reconstruir desde cero.

 Salga lo que tenga que salir, duela a quien le duela.

Soy quien no huye,

pero que se va constantemente para preservarse a sí misma.

Serenata para una misma

De estos rituales que una tiene para seguir adelante.

Es difícil tener esa conversación para una y con una.
Sentirse vulnerable e imperfecta.
Pero creo que en el dolor,
Una encuentra su fortaleza.

Si estoy acá, es porque cada proceso me ha permitido continuar.
Abrazar lo que una es, y no renunciar a ello nunca más.
No cambiar por nadie. No reprimirse por imposiciones y culpabilidades.

Reivindico mi derecho al placer, alegría y bienestar.
No quiero ser tratada como lugar de paso, objeto que se desecha cuando ya no se desea.
Soy una integral, con afectos, necesidades y proyectos.

Soy más que una vagina,
Soy más que un cuerpo que transita.
Soy mis emociones y esperanzas.
A una de las tantas que la historia debe su paga.

Una se pierde, pero no deja de caminar.
Tiene la seguridad de tener los pies andando, por ahí.


Aferrarse a los anhelos, la intuición con garra y colmillo.
No desistirle a una y su felicidad.

Un cuento más en cuarentena

XIISobrevivencia. 

No tendría que narrar el desenlace brusco que tomó el mundo

para que este sentir angustiante lo reconozca

al unísono la piel de todas ustedes.

Podemos entonces con unos simples versos crear una catarsis colectiva:

mis dedos ansiosos botando en la plumilla lo que no pueden callar más,

y ustedes resignificando las palabras que ya conocen,

encontrando nuestros cuerpos a la distancia.

Me cuesta distinguir cuándo me desconecté del televisor.

No sé si, desesperada por apagar las voces chillonas

de los títeres del noticiero, arranqué el cable de la corriente,

o si mi mente se desconectó por sí sola para librarme del juego del miedo.

Corro a recibir el abrigo del Sol en el único perímetro del patio donde se siente cercano.

Cierro los ojos y en una melodía, pronuncio los nombres de quienes histórica y diariamente me han salvado la vida.

Siento que somos partículas dentro de un único enjambre.
Cuido de las otras figuras para no perder la fuerza que nos hace mover.

Es la esperanza del arte quien me mantiene a flote.

Calma el ardor en el vientre  a causa de las desigualdades,

las violencias, los estómagos vacíos que esperan en la cuarentena.

El Planeta que nos grita ¡despertar! ¡exigir! ¡revolucionar!

Busco burlar el tiempo en el mismo modo que lo hace con nosotras.

Paso las horas a escuchar mi respiración, a descifrar la sincronía

entre el canto de los pájaros y la caída del día.

Me importa sobrevivir, deseo que sobrevivamos; más allá de un tal corona,

de este virus llamado capitalismo, patriarcado, neoliberalismo asesino.

Las horas son tan solo el móvil

donde situar el quehacer colectivo para la supervivencia.

Antes de la emergencia, yo no lo entendía.

De lado de la ventana, en un cartel coloreado se lee «Todo va a estar bien».

Tormenta

XI. Lo que no aguantaba más.

Para gritar y secar las heridas, para mí o para quien quiera escuchar:

Si no sintiera este escalofrío recorriéndome el cuerpo, ese día habría mantenido fija la vista hasta hacerte entender mis sentimientos. Habría quemado desde mi rabia, palabra por palabra, las veces que siento a la violencia abofetearme la cara.

Te hubiera buscado con los brazos firmes para abrazarte, invitarte a explorar la diversidad de vínculos humanos hasta encontrar uno donde ambos pudiésemos ser, en armonía y en libertad.

Correría con el pecho desnudo para recibir los rayos del Sol, escupiendo en quien intenta censurar mi piel. Habría dejado mi cabeza libre de cabellos y miedos para sentir el cosquilleo del viento.

No estaría escribiendo estos versos, casi desesperados, porque ya habría pronunciado la forma en que el mundo transita por mi cuerpo; encima de las hojas, sobre las facciones de las caras, en la superficie vacía de las paredes.

Si no tuviera miedo, no me ocultaría tras metáforas para proteger mi vulnerabilidad, abriría con fuerza bruta un hueco en el cuello para dejarme salir. Gritaría en la calle mi deseo constante de evaporarme entre las hojas secas y el fuego, al menos por un rato, para circular por el mundo sin inseguridades que me aten el cuerpo.

¡Si no sintiera esta la maldita culpabilidad sobre mis hombros, los demonios de mi vida ya hubiesen sido expuestos!

Si mi voz no estuviera quebrantada, mis emociones correrían por ella como el río que fertiliza la tierra, prepararía el terreno para encontrarme con vos, conmigo misma. Caminaría entre una avenida y otra absorbiendo colores y rostros sin cabecear. Si no tuviera miedo, no tendría ya más que decir.